Aquella mañana; en medio de la tenebrosa reverberación de los rezos que se expandían por cementerio mire a Luis esconderse detrás de una tumba mientras el cuerpo de mi padre descendía a la tierra envuelto en un ataúd color café. El sol era inclemente, cernía sus rayos sobre nosotros haciendo más agudo el momento cruel en que tienes que ver por última vez el rostro sin vida de la persona que te ha procreado; fiel a su oficio el enterrador hacia su trabajo y Luis se alejo, no lloraba como muchos de nosotros, contemplaba con expresión dura como el sepelio tomaba su rumbo, quizás su mente estaba en algún lugar, tal vez en un papel pautado componiendo una elegía para nuestro padre, sus grandes ojos negros eran escondidos por la melena que le caía en parte del rostro y sobre los hombros como protegiéndolo; caminamos de regreso entre los sepulcros cuya habitual palidez se veía ahuyentada por la luz del sol, la calzada que se dirigía a la salida del cementerio era larga y a sus bordes crecía una hierba lúgubre, parados en la entrada del panteón nos despedíamos de algunos parientes, caminamos hacia los coches pero Luis no quiso subirse a ninguno, se alejo caminando, mi madre quiso detenerlo pero le aconsejamos que lo dejara y así fue, cuando llegamos a la casa Luis estaba encerrado en su cuarto, abrí la puerta y lo vi tirado en la cama, escuchaba un adagio mirando al techo sus ojos fueron a mi encuentro, me dijo:
- Así que eso es todo. De eso se trata todo esto, nacer, vivir, sufrir y un día alguien que no te conoce echa tierra sobre ti
No trate de disuadirlo de esos oscuros pensamientos porque hubiera necesitado antes que alguien me disuadiera a mí; en cierto modo yo también pensaba lo mismo, inevitablemente hay un espacio de tiempo que nos toca vivir y es responsabilidad de nosotros lo que hacemos con él, sea corto o largo.
Le dije a mi hermano que necesitábamos comer algo, que me acompañara a comprarlo, sin decir nada se paro de la cama y me siguió hasta el coche, íbamos en medio del trafico cuando encendió el ipod, busco en él y sin pensarlo mucho puso algo, era una sinfonía de Beethoven.
- Creí que solo oías metal.
- Crecí oyendo eso, llegas a cierta edad y luego lo oyes por tu cuenta.
- A José le gustaba esto.
- Así es, bueno…era.
La música sonaba, contrastaba con nuestro duelo, con el día, con la ciudad y su tráfico; con la anónima amabilidad de la mujer que me entrego la comida y recibió el dinero a cambio. Había en ella una sensación sobrecogedora, un cumulo de notas compuestas de tal forma que buscaban culminar en un clímax exuberante y dramático, casi doloroso. Luis escuchaba en silencio recargado en el asiento ignorando todo lo demás, al terminar la pieza dijo:
- Eso suena muy chido. Beethoven me ha gustado.
- Era tu tocayo ¿sabes? Su nombre era Ludwig, creo que eso significa Luis en alemán
- ¿neta? ¿te cae?
- Si
Lo vi sonreír y quitarse del rostro los rizos de su cabello, estábamos esperando la luz verde del semáforo.
- ¿Puedes decirme así de ahora en adelante? Ludwig
- Creo que si, dije riendo yo también.
Volvió a sonreír y su sonrisa se perdió en el caluroso día.
Héctor Mora Pacheco
viernes, 19 de marzo de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario